El ambiente no es solo el decorado: es parte de la experiencia narrativa.
Cuando describís un lugar, no te quedes solo en lo visual. Incorporá sonidos, olores, texturas, temperaturas. Eso hace que el lector no solo vea el mundo, sino que lo sienta.
En vez de decir “era un bosque oscuro”, podés decir: “El aire olía a tierra húmeda, las hojas crujían bajo sus pasos, y una niebla espesa le helaba los brazos”.
Pequeños detalles sensoriales generan un gran impacto.
Evitá lo genérico. Cuanto más específico seas, más viva se vuelve la escena.